miércoles, 24 de diciembre de 2014

NO HAY OTRO EVANGELIO por: CHARLES SPURGEON

NO HAY OTRO EVANGELIO
Charles Spurgeon
(Resumen adaptado por Siervo Inútil.)


«Escríbele las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas»
(Oseas 8:12).

He aquí la queja de Dios contra Efraín. Él nos muestra su bondad al reprender a sus descarriadas criaturas, y vemos su amor cuando inclina su cabeza atento a lo que ocurre en la tierra. Vemos en este pasaje que Dios se acuerda del hombre, por cuanto dice a Efraín: “Escríbele las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas”. Observad cómo al ver el pecado del hombre no desecha a éste ni lo aparta despectivamente con su pie, ni tampoco lo suspende sobre el abismo del infierno hasta hacerle estallar el cerebro por el terror, para, finalmente, arrojarle en él para siempre; antes al contrario, Dios desciende del cielo para tratar con sus criaturas, pleitea con ellas, se rebaja, por así decirlo, al mismo nivel que los pecadores, les expone sus quejas y defiende sus derechos. ¡Oh! Efraín, te he escrito las grandezas de mi ley, pero las has tenido por cosa ajena…

Estoy aquí esta noche como enviado de Dios, amigos míos, para tratar con vosotros como embajador suyo; para acusar de pecado a muchos de vosotros; para, con el poder del Espíritu
Santo, mostraros vuestra condición; para que seáis redargüidos de pecado, de justicia y de juicio. El delito del que os acuso es el que leemos en este versículo. Dios os ha escrito las grandezas de su ley, pero las habéis tenido como cosa ajena. Es precisamente sobre este bendito libro, la Biblia, que os quiero hablar. Este será mi texto: la Palabra de Dios. Este es el tema de mi sermón, un tema que requiere más elocuencia de la que yo poseo, y sobre el que podrían hablar miles de oradores a la vez; grandioso, vasto e inagotable asunto que, aun consumiendo toda la elocuencia que hubiera hasta la eternidad, no quedaría agotado. Sobre la Biblia tengo tres cosas que deciros, y las tres están en el texto. Primeramente su autor: “Escríbele”; segundo, el tema: Las grandezas de la ley de Dios; y tercero, el trato que han recibido: Fueron tenidas por muchos como cosa ajena.

I. ¿Quién es EL AUTOR? El mismo texto nos dice que es Dios. “Escríbele las grandezas de mi ley” He aquí mi Biblia, ¿quién la escribió? La abro y observo que se compone de una serie de opúsculos. Los cinco primeros fueron escritos por un hombre llamado Moisés. Paso las páginas y veo que hay otros escritores tales como David, y Salomón. Encuentro a Miqueas, Amós, Oseas. Sigo adelante y llego a las luminosas páginas del Nuevo Testamento, y allí están Mateo, Marcos, Lucas y Juan; Pablo, Pedro, Santiago y otros; pero cuando cierro el libro me pregunto: ¿Quién es su autor? ¿Pueden estos hombres, en conjunto, atribuirse la paternidad de este libro? ¿Son ellos realmente los autores de este extenso volumen? ¿Se reparten entre todos el honor? Nuestra fe santa nos dice que no. Este libro es la escritura del Dios viviente; cada letra fue escrita por el dedo del Todopoderoso, cada palabra ha salido de sus labios sempiternos; cada frase ha sido dictada por el Espíritu Santo. Aunque Moisés escribió su narración con ardiente pluma, fue Dios el que guió su mano. David tocaba el arpa haciendo que dulces y melodiosos salmos brotasen de sus dedos, pero era Dios quien movía sus manos sobre las cuerdas vivas de su instrumento de oro, Salomón entonó cánticos de amor, y pronunció palabras de profunda sabiduría, pero fue Dios el que dirigió sus labios, y Suya es la elocuencia del Predicador. Si sigo al atronador Nahum con sus caballos surcando las aguas, o a Habacuc cuando vio las tiendas de Cusán en aflicción; si leo de Malaquías con la tierra ardiendo como un horno; si paso a las plácidas páginas de Juan que nos hablan del amor, o a los severos y fogosos capítulos de Pedro que nos cuentan del fuego que devora a los enemigos de Dios; o a Judas, que lanza anatemas contra sus adversarios; siempre, y en cada uno de ellos, veo que es Dios quien habla. Es su voz, no la del hombre; son las palabras del Eterno, del Invisible, del Todopoderoso, de Jehová. La Biblia es la Biblia de Dios, y cuando la contemplo, paréceme oír una voz que sale de ella diciendo: “Soy el libro de Dios; hombre, ¡léeme! Soy su escritura; abre mis hojas, porque he sido escrito por El; léelas, porque Él es mi autor, y le verás visible y manifiesto en cualquier lugar”.

“Escríbele las grandezas de mi ley.”
¿Cómo sabréis que Dios escribió este libro? No intentaré responder a esta pregunta. Podría hacerlo si quisiera, porque hay razones y argumentos suficientes, pero no pienso robaros el tiempo esta noche exponiéndolos a vuestra consideración. No, no lo haré. Si quisiera, os hablaría de la grandeza de estilo que está por encima de la de cualquier escrito humano, y que todos los poetas que en el mundo han sido, con todas sus obras juntas, no podrían ofrecernos tan poético y extraordinario lenguaje como encontramos en la Escritura. Los temas que en ella se tratan escapan al intelecto humano…

II. Nuestro segundo punto es: LOS TEMAS DE LOS QUE TRATA LA BIBLIA. Las palabras del texto son: “Escríbele las grandezas de mi ley. El Libro de Dios siempre habla sola y exclusivamente de grandes cosas. No hay nada en el que no sea importante. Cada versículo encierra un solemne significado, y si todavía no lo hemos hallado, esperamos hacerlo. Habéis visto las momias cubiertas por vueltas de vendas. Bien, la Biblia de Dios es algo parecido; hay numerosos rollos de blanco lino, tejidos en el telar de la verdad, de manera que tendréis que devanar rollo tras rollo hasta encontrar el verdadero significado de lo que está escondido; y cuando creáis haberlo hallado, aun continuaréis desentrañando las palabras de este maravilloso volumen por toda la eternidad. No hay nada en la Biblia que no sea grandioso…
Todo cuanto hay aquí tiene valor; por lo tanto, escudriñad todos los temas, probadlo todo por la Palabra de Dios. No tengo ningún reparo en que lo que yo predique sea probado por este libro.

Pero, aunque todo en la Palabra de Dios es importante. no todo lo es en la misma medida. Hay ciertas verdades básicas y fundamentales que deben ser creídas para ser salvo. Si queréis saber
qué es lo que debéis creer para ser salvos. Encontraréis las grandezas de la ley de Dios entre estas cubiertas; todas están aquí. Como compendio o resumen de ellas recuerdo lo que siempre decía un amigo mío: “Predica las tres “erres” y Dios no dejará de bendecirte”. “¿Qué son las tres “erres”?” le dije, y me respondió “Ruina, Redención y Regeneración”. Estas tres cosas contienen la esencia y el todo de la teología. “R” de ruina. Todos fuimos arruinados en la caída, nos perdimos cuando Adam pecó y nos perdemos por nuestras propias transgresiones, por la perversidad de nuestro corazón, por nuestros malos deseos, y nos perderemos a menos que la gracia nos salve. “R” de redención Somos redimidos por la sangre de Cristo como la de un cordero sin mancha ni contaminación, rescatado por su poder, redimido por sus méritos, y libres por su potencia. “R” de regeneración. Si queremos ser perdonados, tenemos que ser regenerados, porque nadie puede ser partícipe de la redención sin ser regenerado. Podemos ser tan buenos como queramos, y servir a Dios a nuestro modo tanto cuanto gustemos, pero si no hemos sido regenerados, si no tenemos un corazón nuevo, si no nacemos otra vez, aún estamos en la primera “R”, en la ruina, en la perdición. Esto es un pequeño resumen del Evangelio, pero creo que hay otro mejor en los cinco puntos del calvinismo: Elección conforme a la presciencia de Dios, natural depravación y pecaminosidad del hombre, redención limitada por la sangre de Cristo, llamamiento eficaz por el poder del Espíritu, y perseverancia final por el poder de Dios. Creo que, para ser salvos, hemos de creer estos cinco puntos; pero no me agradaría escribir un credo como el de Atanasio, que empieza así: “Todo aquel que quiera ser salvo, deberá creer en primer lugar la fe católica, la cual es ésta”; al llegar a este punto tendría que pararme porque no sabría cómo continuar. Sostengo la fe católica de la Biblia, toda la Biblia y nada más que la Biblia. No es cosa mía el redactar credos, sino el deciros que escudriñéis las Escrituras, porque ellas son la palabra de vida.

Nuestro último punto a considerar es: EL TRATO QUE LA POBRE BIBLIA RECIBE EN ESTE MUNDO. La Biblia es tenida como cosa ajena. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, que es completamente ajena a muchas personas porque nunca la han leído. Recuerdo que, leyendo en cierta ocasión el pasaje de David y Goliat, como me oyera una persona más bien entrada en años, me dijo: “¡Dios mío! Qué historia tan interesante; ¿en qué libro está?” También me viene a la memoria otra persona que, hablando conmigo, expresaba cuán profundo era su sentimiento, ya que tenía enormes deseos de servir al Señor, pero encontraba otra ley en sus miembros. Abrí la Biblia y le leí en Romanos: “Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, éste hago”. “¿Está esto en la Biblia?”, dijo ella, “pues no lo sabía.” No la censuré por su falta de interés por este libro, pero me pareció imposible poder hallar personas que ignorasen tal pasaje de la Escritura. Sabéis más del libro Mayor de vuestros negocios que de la Biblia, más de vuestro diario particular que de lo que Dios ha escrito. Muchos leeréis novelas de cabo a rabo, y, ¿qué provecho sacáis de ello? Alimentaros con pompas de jabón. Pero no podéis leer la Biblia; este manjar sólido, perdurable, substancioso y que satisface, permanece intacto, guardado en la alacena del abandono, mientras que todo cuanto escribe el hombre, el plato del día, es ávidamente devorado. “Escríbele las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas.” Tengo una dura acusación contra vosotros: No leéis la Biblia. Podéis decir, quizás, que no debo inculparos de tal cosa; pero más vale tener una mala opinión de vosotros, que no una demasiado buena. Algunos nunca la habéis leído entera, y vuestro corazón os dice que mis palabras son ciertas. No sois lectores de la Biblia. Tenéis una en vuestra casa, ya lo sé, ¿o creéis que os considero tan paganos?; pero, ¿cuánto hace que no la habéis leído? ¿Cómo sabéis que las gafas que perdisteis hace tres años no están en el mismo cajón que ella? Muchos no habéis leído una sola página desde hace tiempo, y Dios puede decir de vosotros: “Escríbele las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas”.

Hay otros que leen la Biblia, pero dicen que es terriblemente árida. Aquel joven de allá opina que es una “lata”; ésta es la palabra con que la describe, y nos cuenta su experiencia: “Mi madre me dijo: “Cuando vayas a la ciudad lee un capítulo cada día”. Y yo por complacerla, se lo  prometí. Ojalá no lo hubiera hecho. Ni ayer ni anteayer leí una sola letra. Estuve muy ocupado, no pude evitarlo”. No te gusta la Biblia, ¿verdad? “No, no hallo en ella nada que sea interesante.” ¡Ah!, no hace mucho tiempo que a mí me ocurría igual que a ti; no encontraba nada en ella. ¿Sabéis por qué? Porque los ciegos no pueden ver. Pero cuando el Espíritu tocó mis ojos, las escamas cayeron de ellos y, al influjo del ungüento sanador, descubrí sus tesoros. Un pastor fue un día a visitar a una señora ya anciana para llevarle el consuelo de algunas de las maravillosas promesas de la Palabra de Dios. Buscando, encontró en la Biblia de ella, escrito al margen, una “P”, y preguntó: “¿Qué significa esto?” “Esto quiere decir preciosa”, señor.” Poco más adelante descubrió una “P” y una “E” juntas, y como volviese a preguntar su significado, ella le respondió Esto, quiere decir “probada y experimentada”, porque yo la he probado y experimentado”. Si ésta es vuestra experiencia, si la consideráis lo más preciado para vuestras almas, sois cristianos; pero aquellos que desprecian la Biblia, “no tienen parte ni suerte en este negocio”. Si os parece árida, peor os parecerá el infierno en el que estaréis vosotros al fin. Si no la deseáis más que vuestra comida, no hay esperanza para vosotros, porque os falta la prueba más grande y evidente de vuestra fe cristiana.
Pero, ¡ay!, no es esto lo peor. Hay personas que, además de despreciarla, odian la Biblia. Si tenemos algunas entre estas paredes, seguramente se habrán dicho: “Vamos a ver lo que dice ese joven predicador”. Pues bien, he aquí lo que os digo: “Mirad, oh menospreciadores, y entonteceos y desvaneceos”. Os digo que “los malos serán trasladados al infierno, todas las gentes que se olvidan de Dios”. Y que “en los postrimeros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias.” Es más, si sois salvos, debéis encontrar vuestra salvación aquí. Por lo tanto, no menospreciéis la Biblia: escudriñadla, leedla, venid a ella. Estad seguros, oh burladores, que vuestras carcajadas no pueden alterar la verdad, ni vuestras burlas libraros de la perdición inevitable. Si en vuestra temeridad hicierais alianza con la muerte y firmarais un pacto con el infierno, aun así, veloz justicia os alcanzaría, y poderosa venganza os derribaría. En vano os mofáis pues las verdades eternas son más poderosas que todos nuestros sofismas; no pueden vuestros ingeniosos dichos trastornar la veracidad divina ni variar una sola palabra de este libro de revelación. ¡Oh! ¿Por qué altercáis con vuestro mejor amigo y maltratáis vuestro único refugio? Aún hay esperanza para el que se burla. Esperanza en la obra omnipotente del Espíritu Santo y en la misericordia del Padre…

He terminado. Vayamos a casa y pongamos por obra cuanto hemos oído. Conozco a una señora que, al ser preguntado sobre lo que recordaba del sermón de su pastor, dijo: “No recuerdo nada del mismo. Sólo se que dijo algo de pesos faltos y medidas fraudulentas, y que cuando llegué a casa he de quemar mis medidas de grano.” Si quemáis también vuestras medidas, si os acordáis de leer la Biblia, yo habré hablado suficiente. Quiera Dios, en su infinita misericordia, poner en vuestras almas, cuando cojáis su Santo Libro, los rayos iluminadores del Sol de Justicia, por la acción del siempre adorable Espíritu; de este modo, todo cuanto leáis será para vuestro provecho y salvación.
Podemos decir de la Biblia que:

Es el arca de Dios, donde ha ordenado
Su plan revelador; de tal manera
La gloria y el tormento están mostrados,
Que sabe el hombre el fin de su carrera,
Si no le da un sentido equivocado.
Es de la eternidad la Santa Guía;
No ha de faltarle vida perdurable
Al que, estudiando esta cartografía,
Se lanza por sus mares admirables,
Ni puede errar quien habla en su armonía.
Es el Libro de Dios: su vasta ciencia
Se vierte de sus hojas a raudales.
Es el Dios de los libros. La conciencia
Que como osada a mi expresión señale,
Ahogue en el silencio su creencia,
Mientras encuentra otra que la iguale»




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