NO HAY OTRO EVANGELIO
Charles Spurgeon
(Resumen adaptado por Siervo Inútil.)
«Escríbele las grandezas de mi ley, y
fueron tenidas por cosas ajenas»
(Oseas 8:12).
He aquí la queja de Dios contra Efraín.
Él nos muestra su bondad al reprender a sus descarriadas criaturas, y vemos su
amor cuando inclina su cabeza atento a lo que ocurre en la tierra. Vemos en
este pasaje que Dios se acuerda del hombre, por cuanto dice a Efraín: “Escríbele
las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas”. Observad cómo al
ver el pecado del hombre no desecha a éste ni lo aparta despectivamente con su pie,
ni tampoco lo suspende sobre el abismo del infierno hasta hacerle estallar el
cerebro por el terror, para, finalmente, arrojarle en él para siempre; antes al
contrario, Dios desciende del cielo para tratar con sus criaturas, pleitea con
ellas, se rebaja, por así decirlo, al mismo nivel que los pecadores, les expone
sus quejas y defiende sus derechos. ¡Oh! Efraín, te he escrito las grandezas de
mi ley, pero las has tenido por cosa ajena…
Estoy aquí esta noche como enviado de
Dios, amigos míos, para tratar con vosotros como embajador suyo; para acusar de
pecado a muchos de vosotros; para, con el poder del Espíritu
Santo, mostraros vuestra condición;
para que seáis redargüidos de pecado, de justicia y de juicio. El delito del que
os acuso es el que leemos en este versículo. Dios os ha escrito las grandezas
de su ley, pero las habéis tenido como cosa ajena. Es precisamente sobre este
bendito libro, la Biblia, que os quiero hablar. Este será mi texto: la Palabra
de Dios. Este es el tema de mi sermón, un tema que requiere más elocuencia de
la que yo poseo, y sobre el que podrían hablar miles de oradores a la vez;
grandioso, vasto e inagotable asunto que, aun consumiendo toda la elocuencia que
hubiera hasta la eternidad, no quedaría agotado. Sobre la Biblia tengo tres
cosas que deciros, y las tres están en el texto. Primeramente su autor: “Escríbele”;
segundo, el tema: Las grandezas de la ley de Dios; y tercero, el trato que han
recibido: Fueron tenidas por muchos como cosa ajena.
I. ¿Quién es EL AUTOR? El mismo texto
nos dice que es Dios. “Escríbele las grandezas de mi ley” He aquí mi Biblia,
¿quién la escribió? La abro y observo que se compone de una serie de opúsculos.
Los cinco primeros fueron escritos por un hombre llamado Moisés. Paso las
páginas y veo que hay otros escritores tales como David, y Salomón. Encuentro a
Miqueas, Amós, Oseas. Sigo adelante y llego a las luminosas páginas del Nuevo
Testamento, y allí están Mateo, Marcos, Lucas y Juan; Pablo, Pedro, Santiago y
otros; pero cuando cierro el libro me pregunto: ¿Quién es su autor? ¿Pueden
estos hombres, en conjunto, atribuirse la paternidad de este libro? ¿Son ellos realmente
los autores de este extenso volumen? ¿Se reparten entre todos el honor? Nuestra
fe santa nos dice que no. Este libro es la escritura del Dios viviente; cada
letra fue escrita por el dedo del Todopoderoso, cada palabra ha salido de sus
labios sempiternos; cada frase ha sido dictada por el Espíritu Santo. Aunque
Moisés escribió su narración con ardiente pluma, fue Dios el que guió su mano.
David tocaba el arpa haciendo que dulces y melodiosos salmos brotasen de sus
dedos, pero era Dios quien movía sus manos sobre las cuerdas vivas de su
instrumento de oro, Salomón entonó cánticos de amor, y pronunció palabras de
profunda sabiduría, pero fue Dios el que dirigió sus labios, y Suya es la
elocuencia del Predicador. Si sigo al atronador Nahum con sus caballos surcando
las aguas, o a Habacuc cuando vio las tiendas de Cusán en aflicción; si leo de
Malaquías con la tierra ardiendo como un horno; si paso a las plácidas páginas
de Juan que nos hablan del amor, o a los severos y fogosos capítulos de Pedro
que nos cuentan del fuego que devora a los enemigos de Dios; o a Judas, que
lanza anatemas contra sus adversarios; siempre, y en cada uno de ellos, veo que
es Dios quien habla. Es su voz, no la del hombre; son las palabras del Eterno, del
Invisible, del Todopoderoso, de Jehová. La Biblia es la Biblia de Dios, y
cuando la contemplo, paréceme oír una voz que sale de ella diciendo: “Soy el
libro de Dios; hombre, ¡léeme! Soy su escritura; abre mis hojas, porque he sido
escrito por El; léelas, porque Él es mi autor, y le verás visible y manifiesto
en cualquier lugar”.
“Escríbele las grandezas de mi ley.”
¿Cómo sabréis que Dios escribió este
libro? No intentaré responder a esta pregunta. Podría hacerlo si quisiera,
porque hay razones y argumentos suficientes, pero no pienso robaros el tiempo esta
noche exponiéndolos a vuestra consideración. No, no lo haré. Si quisiera, os
hablaría de la grandeza de estilo que está por encima de la de cualquier
escrito humano, y que todos los poetas que en el mundo han sido, con todas sus
obras juntas, no podrían ofrecernos tan poético y extraordinario lenguaje como
encontramos en la Escritura. Los temas que en ella se tratan escapan al intelecto
humano…
II. Nuestro segundo punto es: LOS
TEMAS DE LOS QUE TRATA LA BIBLIA. Las palabras del texto son: “Escríbele las
grandezas de mi ley. El Libro de Dios siempre habla sola y exclusivamente de
grandes cosas. No hay nada en el que no sea importante. Cada versículo encierra
un solemne significado, y si todavía no lo hemos hallado, esperamos hacerlo.
Habéis visto las momias cubiertas por vueltas de vendas. Bien, la Biblia de
Dios es algo parecido; hay numerosos rollos de blanco lino, tejidos en el telar
de la verdad, de manera que tendréis que devanar rollo tras rollo hasta
encontrar el verdadero significado de lo que está escondido; y cuando creáis
haberlo hallado, aun continuaréis desentrañando las palabras de este
maravilloso volumen por toda la eternidad. No hay nada en la Biblia que no sea
grandioso…
Todo cuanto hay aquí tiene valor; por
lo tanto, escudriñad todos los temas, probadlo todo por la Palabra de Dios. No tengo
ningún reparo en que lo que yo predique sea probado por este libro.
Pero, aunque todo en la Palabra de
Dios es importante. no todo lo es en la misma medida. Hay ciertas
verdades básicas y fundamentales que deben ser creídas para ser salvo. Si
queréis saber
qué es lo que debéis creer para ser
salvos. Encontraréis las grandezas de la ley de Dios entre estas cubiertas;
todas están aquí. Como compendio o resumen de ellas recuerdo lo que siempre
decía un amigo mío: “Predica las tres “erres” y Dios no dejará de bendecirte”.
“¿Qué son las tres “erres”?” le dije, y me respondió “Ruina, Redención y
Regeneración”. Estas tres cosas contienen la esencia y el todo de la teología.
“R” de ruina. Todos fuimos arruinados en la caída, nos perdimos cuando Adam
pecó y nos perdemos por nuestras propias transgresiones, por la perversidad de
nuestro corazón, por nuestros malos deseos, y nos perderemos a menos que la gracia
nos salve. “R” de redención Somos redimidos por la sangre de Cristo como la de un
cordero sin mancha ni contaminación, rescatado por su poder, redimido por sus
méritos, y libres por su potencia. “R” de regeneración. Si queremos ser
perdonados, tenemos que ser regenerados, porque nadie puede ser partícipe de la
redención sin ser regenerado. Podemos ser tan buenos como queramos, y servir a
Dios a nuestro modo tanto cuanto gustemos, pero si no hemos sido regenerados,
si no tenemos un corazón nuevo, si no nacemos otra vez, aún estamos en la
primera “R”, en la ruina, en la perdición. Esto es un pequeño resumen del
Evangelio, pero creo que hay otro mejor en los cinco puntos del calvinismo:
Elección conforme a la presciencia de Dios, natural depravación y pecaminosidad
del hombre, redención limitada por la sangre de Cristo, llamamiento eficaz por
el poder del Espíritu, y perseverancia final por el poder de Dios. Creo que,
para ser salvos, hemos de creer estos cinco puntos; pero no me agradaría
escribir un credo como el de Atanasio, que empieza así: “Todo aquel que quiera
ser salvo, deberá creer en primer lugar la fe católica, la cual es ésta”; al
llegar a este punto tendría que pararme porque no sabría cómo continuar.
Sostengo la fe católica de la Biblia, toda la Biblia y nada más que la Biblia.
No es cosa mía el redactar credos, sino el deciros que escudriñéis las
Escrituras, porque ellas son la palabra de vida.
Nuestro último punto a considerar es:
EL TRATO QUE LA POBRE BIBLIA RECIBE EN ESTE MUNDO. La Biblia es tenida como
cosa ajena. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, que es completamente ajena
a muchas personas porque nunca la han leído. Recuerdo que, leyendo en
cierta ocasión el pasaje de David y Goliat, como me oyera una persona más bien entrada
en años, me dijo: “¡Dios mío! Qué historia tan interesante; ¿en qué libro
está?” También me viene a la memoria otra persona que, hablando conmigo,
expresaba cuán profundo era su sentimiento, ya que tenía enormes deseos de
servir al Señor, pero encontraba otra ley en sus miembros. Abrí la Biblia y le
leí en Romanos: “Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero,
éste hago”. “¿Está esto en la Biblia?”, dijo ella, “pues no lo sabía.” No la
censuré por su falta de interés por este libro, pero me pareció imposible poder
hallar personas que ignorasen tal pasaje de la Escritura. Sabéis más del libro
Mayor de vuestros negocios que de la Biblia, más de vuestro diario particular
que de lo que Dios ha escrito. Muchos leeréis novelas de cabo a rabo, y, ¿qué
provecho sacáis de ello? Alimentaros con pompas de jabón. Pero no podéis leer
la Biblia; este manjar sólido, perdurable, substancioso y que satisface,
permanece intacto, guardado en la alacena del abandono, mientras que todo
cuanto escribe el hombre, el plato del día, es ávidamente devorado. “Escríbele
las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas.” Tengo una dura
acusación contra vosotros: No leéis la Biblia. Podéis decir, quizás, que no
debo inculparos de tal cosa; pero más vale tener una mala opinión de vosotros,
que no una demasiado buena. Algunos nunca la habéis leído entera, y vuestro
corazón os dice que mis palabras son ciertas. No sois lectores de la Biblia.
Tenéis una en vuestra casa, ya lo sé, ¿o creéis que os considero tan paganos?;
pero, ¿cuánto hace que no la habéis leído? ¿Cómo sabéis que las gafas que
perdisteis hace tres años no están en el mismo cajón que ella? Muchos no habéis
leído una sola página desde hace tiempo, y Dios puede decir de vosotros: “Escríbele
las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosas ajenas”.
Hay otros que leen la Biblia, pero
dicen que es terriblemente árida. Aquel joven de allá opina que es una
“lata”; ésta es la palabra con que la describe, y nos cuenta su experiencia:
“Mi madre me dijo: “Cuando vayas a la ciudad lee un capítulo cada día”. Y yo
por complacerla, se lo prometí. Ojalá no
lo hubiera hecho. Ni ayer ni anteayer leí una sola letra. Estuve muy ocupado,
no pude evitarlo”. No te gusta la Biblia, ¿verdad? “No, no hallo en ella nada
que sea interesante.” ¡Ah!, no hace mucho tiempo que a mí me ocurría igual que
a ti; no encontraba nada en ella. ¿Sabéis por qué? Porque los ciegos no pueden
ver. Pero cuando el Espíritu tocó mis ojos, las escamas cayeron de ellos y, al
influjo del ungüento sanador, descubrí sus tesoros. Un pastor fue un día a visitar
a una señora ya anciana para llevarle el consuelo de algunas de las
maravillosas promesas de la Palabra de Dios. Buscando, encontró en la Biblia de
ella, escrito al margen, una “P”, y preguntó: “¿Qué significa esto?” “Esto
quiere decir preciosa”, señor.” Poco más adelante descubrió una “P” y una “E”
juntas, y como volviese a preguntar su significado, ella le respondió Esto,
quiere decir “probada y experimentada”, porque yo la he probado y
experimentado”. Si ésta es vuestra experiencia, si la consideráis lo más
preciado para vuestras almas, sois cristianos; pero aquellos que desprecian la
Biblia, “no tienen parte ni suerte en este negocio”. Si os parece árida, peor
os parecerá el infierno en el que estaréis vosotros al fin. Si no la deseáis
más que vuestra comida, no hay esperanza para vosotros, porque os falta la prueba
más grande y evidente de vuestra fe cristiana.
Pero, ¡ay!, no es esto lo peor. Hay
personas que, además de despreciarla, odian la Biblia. Si tenemos
algunas entre estas paredes, seguramente se habrán dicho: “Vamos a ver lo que
dice ese joven predicador”. Pues bien, he aquí lo que os digo: “Mirad, oh menospreciadores,
y entonteceos y desvaneceos”. Os digo que “los malos serán trasladados al infierno,
todas las gentes que se olvidan de Dios”. Y que “en los postrimeros días
vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias.” Es más, si sois
salvos, debéis encontrar vuestra salvación aquí. Por lo tanto, no menospreciéis
la Biblia: escudriñadla, leedla, venid a ella. Estad seguros, oh burladores,
que vuestras carcajadas no pueden alterar la verdad, ni vuestras burlas
libraros de la perdición inevitable. Si en vuestra temeridad hicierais alianza
con la muerte y firmarais un pacto con el infierno, aun así, veloz justicia os
alcanzaría, y poderosa venganza os derribaría. En vano os mofáis pues las verdades
eternas son más poderosas que todos nuestros sofismas; no pueden vuestros
ingeniosos dichos trastornar la veracidad divina ni variar una sola palabra de
este libro de revelación. ¡Oh! ¿Por qué altercáis con vuestro mejor amigo y
maltratáis vuestro único refugio? Aún hay esperanza para el que se burla.
Esperanza en la obra omnipotente del Espíritu Santo y en la misericordia del
Padre…
He terminado. Vayamos a casa y
pongamos por obra cuanto hemos oído. Conozco a una señora que, al ser
preguntado sobre lo que recordaba del sermón de su pastor, dijo: “No recuerdo nada
del mismo. Sólo se que dijo algo de pesos faltos y medidas fraudulentas, y que
cuando llegué a casa he de quemar mis medidas de grano.” Si quemáis también
vuestras medidas, si os acordáis de leer la Biblia, yo habré hablado
suficiente. Quiera Dios, en su infinita misericordia, poner en vuestras almas,
cuando cojáis su Santo Libro, los rayos iluminadores del Sol de Justicia, por
la acción del siempre adorable Espíritu; de este modo, todo cuanto leáis será
para vuestro provecho y salvación.
Podemos decir de la Biblia que:
Es el arca de Dios, donde ha ordenado
Su plan revelador; de tal manera
La gloria y el tormento están
mostrados,
Que sabe el hombre el fin de su
carrera,
Si no le da un sentido equivocado.
Es de la eternidad la Santa Guía;
No ha de faltarle vida perdurable
Al que, estudiando esta cartografía,
Se lanza por sus mares admirables,
Ni puede errar quien habla en su
armonía.
Es el Libro de Dios: su vasta ciencia
Se vierte de sus hojas a raudales.
Es el Dios de los libros. La
conciencia
Que como osada a mi expresión señale,
Ahogue en el silencio su creencia,
Mientras encuentra otra que la iguale»

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